Con una puesta en escena descollante, que se ganó una ovación, el grupo porteño La orilla del laberinto inauguró el 5º Encuentro Nacional de Teatro Danza, que organizan los grupos La Vorágine y Andantes y que se extenderá hasta mañana. Previamente, durante un homenaje que se hizo a Elba Castría, ella realizó una performance en la sala La Gloriosa -colmada-. El público aplaudió reiteradas veces a la pionera de la danza contemporánea en la provincia desde los años 60. Conteniendo la emoción que se expresó en su rostro en diferentes oportunidades, Castría demostró que cuando hay talento la edad no interesa.
Tras la inauguración en La Gloriosa, el festival continuó en el Círculo de la Prensa con "Hortensia... un alma de piedra" (Jujuy), con Flavia Molina y la dirección de María Paz, y concluyó en El árbol de Galeano alrededor de la medianoche con "La curiosidad", del grupo La Rendija, dirigido por Marcela González Cortés. En todas las funciones un compacto grupo de invitados y delegaciones de otras provincias asistió puntualmente.
Alta producción
Sin duda, la producción del grupo La orilla del laberinto alcanzó al punto más alto de la primera jornada con una producción que, por un lado, acentúa la destreza de los bailarines, y por el otro, la producción visual.
En "Kigo" (tal es el nombre de la obra), desde el propio título se respira la poesía japonesa del haiku, porque kigo es una palabra de ese origen que indica la estación en la que el poema se desarrolla.
Los bailarines, como señala la sinopsis de la propuesta, exploran los movimientos de distintas artes marciales y danza contemporánea para arribar a un lenguaje kinético formal. Solos, en duetos o tríos, Romina Robles, Paulina Giambastini y Nicolás Ferreyra realizan ajustadas coreografías que marcan un contraste permanente: entre los movimientos violentos, llenos de acción, y aquellos pausados, detenidos, que más que movimientos parecen gestos, mientras se escucha la banda de sonido de la película "El samurai sin nombre".
Impecable el trabajo de los actores, sobre todo el de las bailarinas, con una precisión y sincronía verdaderamente profesional. Pero además, la puesta tuvo otro protagonista no menor: la iluminación y las proyecciones de Manuel Palenque y Martín Pilu Palermo, con un despliegue de alta producción. El diseño lumínico no tiene desperdicio, al punto de señalar y marcar los espacios en los que trabajan los actores, guiándolos, encerrándolos o liberándolos de él.
Hay en "Kigo" un verdadero trabajo de creación, porque esas proyecciones generan ambientes y funcionan, en la superposición de imágenes, como capas virtuales en las que intervienen los bailarines; espacios virtuales y capas, también, de sentidos.